Muchas veces substituimos la voluntad de Dios por la nuestra. Sabemos lo que Dios quiere pero nosotros hacemos nuestra voluntad. ¡Qué error! Pensamos que somos más sabios que Dios.
Saul tuvo un buen comienzo. Fue escogido por Dios. Tuvo un gran privilegio de ser el primer rey de Israel. Su futuro no tenía limite. El podría haber sido el mejor rey de Israel. Pero no fue así. Tan pronto asumió el cargo de rey llegó a creer que hacer su voluntad era mejor que hacer la voluntad de Dios. Este pasaje muestra cómo comenzó su decaimiento lo cuál llega a su completa desobediencia a Dios (capítulo 15) que trajo trágicas consecuencias. Eventualmente es rechazado por Dios como rey de Israel y muere de una manera trágica.
Esto sucede con aquellos que son creyentes. Muchos cristianos comienzan bien. Conocen a Cristo, están animados a seguirle, sirven en la iglesia y todo va bien. Vienen las crisis, las pruebas, las situaciones difíciles y empiezan a decaer. Sus vida siguen de una manera mediocre. Dejan de congregarse, no buscan ayuda de nadie.
El camino de hacer nuestra voluntad y no la Dios es así. Comenzamos bien la vida cristiana. Inicialmente creemos y confiamos en Dios pero llegamos al punto de sentirnos capaces de poder hacer las cosas sin Dios. Sucede lentamente hasta que substituimos nuestra voluntad por la voluntad de Dios. Y aunque no trae las mismas consecuencias como en el caso de Saúl, los resultados son obvios. Vivimos una vida sin gozo, paz, afanados por lo de este mundo, mediocres en nuestra vida espiritual y en el servicio de Dios. Podemos evitar esto. Dios no quiere que vivamos así.
El caso del rey Saul, tristemente es un ejemplo de uno que no siguió la voluntad de Dios. ¿Qué le llevó a seguir su voluntad y no la voluntad de Dios?¿Qué nos motiva a nosotros a hacer nuestra voluntad y no la nuestra? ¿Qué resultados trae? El caso del Rey Saúl es ejemplo de esto. Tristemente.
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